Amrita yacía llorando en el regazo de su madre, negándose a ir a la escuela. Su padre estaba muy tenso porque la alumna de la clase VII no había faltado a clase antes de la pandemia ni había mostrado un comportamiento tan aberrante. Sin embargo, cuando la escuela volvió a abrirse para este año académico, ella eludía las clases. No había ninguna razón aparente para el comportamiento de esta niña, ya que la mayoría de los niños de las diferentes instituciones estaban ansiosos por volver a los estudios y reunirse con sus compañeros después del largo aislamiento de Covid.
Sin embargo, en casa era normal, jugaba con sus amigos del barrio, asistía a clases particulares y veía películas. Lo que tanto sus profesores como sus padres no podían entender es que hacer clases en un escenario de aislamiento prolongado en casa había cambiado su sensación de seguridad y comodidad. Y ella había adoptado la nueva normalidad como algo permanente. Se había aferrado excesivamente a sus padres emocionalmente y se negaba a separarse.
En una ocasión, el director de la escuela pidió al padre de Amrita que la dejara en la escuela y se hiciera el desentendido para que sus profesores pudieran trabajar sobre su miedo y sus ansiedades. Intentaron sobornarla con chocolatinas, la elección del asiento en el aula e incluso le facilitaron los deberes. Pero ella cogió una gran rabieta. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que sufría lo que llamamos un «trastorno de ansiedad por separación».
¿CÓMO SÉ QUE MI HIJO TIENE UN TRASTORNO DE ANSIEDAD POR SEPARACIÓN?
Se trata de un problema de salud mental muy común entre los niños que tienen miedo a separarse de sus familiares o de otras personas cercanas. Se niegan a alejarse de sus hogares seguros y se sienten impotentes e inconscientes a la hora de ayudarse a sí mismos. Todos los niños y adolescentes sienten algo de ansiedad mientras crecen al situarse en nuevas realidades. Es una parte normal del crecimiento. Puede estar causada por factores tanto biológicos como ambientales.
¿CUÁLES SON LOS SÍNTOMAS?
Aparte de las rabietas que tuvo Amrita, algunos niños que padecen este trastorno pueden tener pesadillas, dormir mal, tener palpitaciones al pensar en salir de casa, estar tristes, deprimidos y desarrollar un temperamento muy ansioso. Una pequeña minoría también puede tener problemas para asentarse en la escuela durante su etapa preescolar. Si hablamos de factores ambientales, los conflictos matrimoniales pueden precipitar una crisis de inseguridad y ansiedad.
LAS PRIMERAS REACCIONES DE LAS ESCUELAS Y LOS PADRES PUEDEN SER MUY PERJUDICIALES
El centro escolar repartió una escueta advertencia a los padres: «Arregle el problema y luego envíe a su hijo a la escuela». Los padres de Amrita se sintieron defraudados por la escuela, por lo demás muy compasiva, y decidieron cambiar de ciudad, con la esperanza de que un cambio de escenario ayudara a su hija.
Luego vino el juicio de la sociedad. Las cosas se descontrolaron, ya que los abuelos de la niña consideraron que estaba pasando por una mala fase astral y que necesitaba sanadores. Los miembros de la familia ampliada culparon a la madre por complacer excesivamente sus demandas en la infancia. Cuando las cosas van mal con los niños, la madre es siempre el chivo expiatorio. Sintiéndose terriblemente culpable, la madre de Amrita se tomó una larga licencia en su lugar de trabajo. Se sentía desolada todos los días al ver que las amigas de su hija se levantaban religiosamente por la mañana, se ponían el uniforme y se iban a la escuela. Un par de estos amigos también se ofrecieron a acompañar a Amrita a la escuela, pero la niña seguía siendo testaruda.Sin embargo, a nadie se le ocurrió contactar primero con un equipo de salud mental.
POR QUÉ TANTO LAS ESCUELAS COMO LOS PADRES DEBEN SER SENSIBLES
Nuestra primera ronda de intervención consistió en convencer tanto a los padres como a la escuela de este comportamiento, denominado vagamente «fobia escolar». Tuvimos que hacer un gran trabajo de desmitificación, ya que las autoridades escolares nos asediaron con preguntas: «¿Cómo podemos aprobar su asistencia a la escuela a pesar de su presencia irregular? ¿Y si otros niños la emulan y se saltan las clases? ¿Y si la atención especial vicia la disciplina de la clase? ¿Qué garantía hay de que la niña no está fingiendo y fingiendo? ¿Y si es adicta a los aparatos?».
Con mucha tranquilidad, ayudamos al colegio a entender que el trastorno de ansiedad por separación sí es una enfermedad mental protegida por la Ley de Discapacidad de 2016. Así que, al igual que aprobamos la baja de un niño enfermo físicamente, dándole tiempo para que se recupere, deberíamos hacer lo mismo con alguien que está enfermo mentalmente. También recalcamos sutilmente que la ayuda escolar era obligatoria para recuperar a esos niños.
LA MARCHA TRIUNFAL DE LA CONFIANZA
Empezamos con ejercicios de relajación. Seguimos el ejercicio de «pequeñas marchas de la victoria», en el que llevábamos a la niña por el edificio de la escuela por las tardes para que se familiarizara con el entorno. Al cabo de un par de semanas, se sentía cómoda permaneciendo en la biblioteca durante 30 minutos. Se le ahorró el uniforme y llevó ropa normal durante esta fase. Esto continuó durante un par de semanas más. Poco a poco, pudo asistir a una clase al día. Seis semanas más tarde, se convirtió en una asidua y había recuperado todos sus espacios, actividades y amigos.
Lo que hicimos fue llevar a Amrita a una exposición lenta y gradual al entorno escolar. Se trata de una fase delicada en la que hay que dar pasos de bebé y en la que ni la escuela ni la familia pueden cometer ningún error. Aunque haya que empezar pacientemente desde cero. Cada marcha triunfal debe ser apoyada por los profesores, la familia y el orientador. En casos extremos, también puede ser necesaria la medicación. Las formas más leves del problema pueden ir bien sólo con la tranquilidad y el asesoramiento.