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La historia de Ana, una prostituta rumana de Austria: «Trabajo de 09:00 a 17:00. Le dije al niño que era camarera. Me arrepiento de haberle mentido, pero necesitaba el dinero».

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Ana es una prostituta en Austria. No está orgullosa de lo que hace, pero no tiene otra opción. Necesita el dinero, y este «trabajo» le proporciona una vida decente a ella y a su hijo. Lamenta no poder decirle la verdad sobre lo que hace, aunque ella siempre le anima a ser sincero.

Se fue hace 20 años a la República Checa y trabajó en un burdel.

«Las primeras semanas fueron muy duras para mí. Porque aquí no estamos hablando de amor en venta. Estamos hablando de trabajo sexual, de vender tu propio cuerpo», dice Ana.

Más tarde, alguien le dijo que el dinero era mejor en Austria, así que hizo las maletas y se marchó de nuevo, a una zona donde esta profesión está regulada.

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«No hubo presión, ni tráfico de personas, ni violencia. Si hubo presión, fue económica. Tenía deudas en casa, necesitaba dinero», cuenta la mujer a stiridiaspora.ro.

«Le dije al niño que era camarera. Trabajo de 9.00 a 17.00».

Lo único que lamenta la rumana es haber mentido a su hijo, aunque siempre le animó a decir la verdad.

«Le dije a mi hijo que siempre debe decirme la verdad. Pero le mentí, le dije que trabajaba de camarera. Sólo le hablé de mi verdadero trabajo cuando era un adolescente. Fue muy, muy duro…», añadió Ana.

El rumano tiene una vida ordinaria. Lleva a su hijo al colegio y luego va a «trabajar» de 9:00 a 17:00.

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«Nunca he trabajado los fines de semana, ni de noche. Y el 90% de mis clientes fueron buenos conmigo. Algunos llevaban 15 años acudiendo a mí. Allí casi nos hicimos amigos. Los hombres mayores también murieron. Los clientes se portaron bien conmigo en un 99%, y ese 1% está por todas partes», dice.

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